Sentiversos: marzo 2017

29 marzo 2017

TRADICAN

Hoy he tenido la gran oportunidad de asistir a las primeras jornadas canarias de traducción e interpretación que se han celebrado en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

El evento ha sido bautizado como TRADICAN y en él he disfrutado de las ponencias de:
-Scheherezade Surià (traducción literaria)
-Heather Adams (interpretación de conferencias)
-Tenesor Rodríguez (traducción jurídica)
-Gabriel Cabrera (interpretación telefónica)
-Ramón Méndez (localización de videojuegos)
-Gloria Torralba (traducción audiovisual)

En cada ponencia he podido disfrutar enormemente y empaparme del conocimiento y de la experiencia de cada orador, dado que nos han proporcionado una toma de contacto con la realidad profesional actual en cuanto a traducción e interpretación se refiere.

Considero que los estudiantes que han tenido la iniciativa de realizar estas jornadas han llevado a cabo una gran labor, cuyo esfuerzo se debe valorar y tener muy en cuenta ya que han ofrecido una gran oportunidad de aprendizaje al resto de estudiantes de la facultad.

Espero que estas jornadas sean las primeras de muchas más ya que considero que son de gran utilidad para los presentes y futuros alumnos de traducción e interpretación. Nos ayuda a abrir un poco los ojos y  a comprender e identificar qué especialidad nos gusta más para decidir a qué nos queremos dedicar en nuestra vida profesional tras terminar la carrera.

Así pues, sólo me queda agradecer profundamente una vez más a todos los ponentes que nos han dedicado su tiempo y a todas las personas que han trabajado y han colaborado arduamente para que esto pudiera realizarse de manera tan exitosa. Muchas gracias a todos.

22 marzo 2017

¡Maldita gripe!

¡Oh! ¡Maldita gripe!
Qué inoportuna eres
cuando ruidosa llegas
y con tus síntomas me enfermas.

¡Oh! ¡Maldita seas!
Vete ya de mi mente
que por ti la cabeza me da vueltas
y hasta me duelen los dientes.

¡Voy a por pañuelos!
Mis únicos compañeros.
¡Ay! Qué frío tengo.
¡Ay! Qué sueño tengo.

De toser dejar no puedo,
escalofríos recorren mi cuerpo.
Sin fuerzas me siento
y ganas de nada tengo.

Los ojos me escuecen,
casi en carne viva tengo la nariz...
Me subirá la fiebre...
Gripe, ¡apiádate de mí!



Licencia de Creative Commons
¡Maldita gripe! by Laura Zerpa Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en http://sentiversos.blogspot.com.es/.

10 marzo 2017

"Mamá... Moutro"

-¡Mamá! ¡Mamá! ¡Llegaron los Reyes Magos! ¡Corre, corre!
Ella se levantó lentamente, desperezándose y mirando el reloj con una leve sonrisa en la cara. En seguida agarré su mano y la arrastré hasta el salón mientras saltaba de alegría. Estaba deseando abrir los regalos y descubrir el balón de fútbol que tanta ilusión me hacía, así que comencé a romper el papel de regalo a un ritmo frenético.
Blusa rosa con pantalón blanco y dibujos de Minnie Mouse, traje de Frozen, la muñeca Elsa de Frozen, un muñeco de Olaf de Frozen, un juguete de Minnie Mouse que se podía pintar, una Barbie que se podía maquillar y a la que se le podían pintar las uñas y un secador de pelo rosa para peinar a mis muñecas.
-Qué bien se han portado los Reyes Magos. ¿Verdad, princesa?
-¿Y el balón que pedí? ¿Y el equipaje de fútbol? –Pregunté preocupada.
-Reina, a lo mejor los Reyes Magos se han olvidado. Quizás el próximo año... Pero, ¿no te gusta el precioso traje de Frozen? –Me miró con una mezcla de compasión y dolor en sus ojos
-Sí, mamá.- respondí cabizbaja.
-Venga, sube a tu cuarto y ponte a jugar un ratito con las Barbies mientras mami prepara el desayuno.
Subí a mi cuarto y me acosté de nuevo en la cama. Los Reyes no se enteran de nada. Yo quería un balón, no un traje de princesa…

-Te dije que se iba a enfadar. Ella quería un balón. –Dijo al entrar en el dormitorio.
-No me seas ridícula anda. Es una niña, seguro que se le pasará en cuanto se ponga el dichoso trajecito. Que se ponga a jugar con las muñecas y se deje de tonterías, que sólo es una niña. –Respondió él, con una mezcla de sueño y enfado en la voz.
-Pero está decepcionada…
-No seas pesada. Ya te lo dije, sólo tiene 4 años. En dos días ni se acordará. No sabe lo que quiere. -Replicó, elevando la voz.
-Ayúdame a hacer el desayuno, por favor. –Pidió ella tomándole cariñosamente de la mano.
-No. Anoche no me dejaste tranquilo con los regalos y te tuve que ayudar. Ahora déjame descansar. Que lo tengo que hacer todo yo… -Respondió tapándose de nuevo.
Ese día me comí las galletas con desgana y quizás ese fue el desayuno más amargo que había tomado nunca.

Mi habitación era preciosa, tenía una cama vestida con una colcha rosa de princesas Disney decorada con tul en los laterales, un espejo grande para ver cómo me quedaban los trajes, un tocador para ponerme guapa y un enorme armario para guardar toda mi ropa y mis muñecas. La estancia había sufrido muchos cambios, ya que a mamá le gustaba rodar los muebles y cambiar la disposición de toda la casa. Pero el resultado era siempre el mismo: la habitación seguía siendo todo un palacio de princesas, decorada con tonos rosas y blancos.
Al principio me gustaba, porque mi color favorito era el rosa, pero desde que Juanjo me dijo que eso era de niñas chicas y tontas dejó de gustarme tanto el rosa.
Juanjo era un niño que estaba en mi clase y que jugaba al fútbol desde que comenzó en la guardería. Siempre traía camiones o pistolas al recreo y a veces jugábamos a ser vaqueros del oeste.
A mí me gustaba mucho el fútbol, papá lo veía todas las semanas y a veces yo me sentaba en un lado, sin que él me viera, porque el color verde del césped me llamaba mucho la atención. Cuando se me escapaba una pequeña carcajada porque un jugador se caía, papá me descubría y me mandaba a mi cuarto o a ayudar a mamá, porque decía que las niñas no deben ver fútbol.
Mi serie de dibujos animados preferida era “La patrulla canina”, porque los perritos son héroes que salvan siempre a la ciudad, pero cuando le pedí a papá que me comprara una mochila de Chaise, porque es el perro policía y era mi preferido, me compró la mochila de Sky, que no me gustaba nada y encima era rosa.
Desde que entré en la guardería con dos añitos descubrí que me encantaba jugar al fútbol
con los otros niños, me gustaban los camiones, los coches grandes, los muñecos de acción y los héroes de las películas que papá nunca me ponía en la televisión. Pero tenía que ir todos los miércoles a ballet y lo odiaba, porque el tutú era muy incómodo y me daba miedo caerme por si se me veían las braguitas. Además no tenía buen equilibrio y me dolían los huesos cuando me estiraba. No me gustaba nada ir a ballet, aunque mamá se empeñara en llevarme cada semana.

Sí, esos son los recuerdos más tempranos que conservo de mi infancia. Me hice un poco mayor… Ya saben, aprendí a maquillarme y peinarme sola, dejé de jugar con muñecas, me pintaba las uñas y compraba mi propia ropa… y empecé a salir con chicos.
-¿A dónde piensas que vas?
-Papá, te lo dije el miércoles, hoy hay una fiesta de cumpleaños…
-¿Y piensas salir así? –Dijo con un tono más que exagerado mientras me miraba de arriba abajo con rabia e indignación.
-Joaquín, deja a la niña tranquila. –Intervino mi madre.
-¿Qué la deje tranquila? ¿Y tú la defiendes? ¿Pero has visto cómo va tu hija? –Respondió alterado.
-Sí, la he visto, va guapísima.
-Tócate las narices. Es que es increíble… En mis tiempos como se te ocurriera salir así… -Se levantó del sillón gesticulando con agresividad y elevando la voz.
-Exagerado… -Susurré por lo bajo poniendo los ojos en blanco.
-¿Pero qué tiene de malo? –Se atrevió a preguntar mi madre.
-¿Qué tiene? ¿Qué tiene? Pregunta qué no tiene… ¡No tiene ropa! Luego vendrás llorando si te violan por la calle. Claro, si vas provocando…
Mi cara era un poema. Me quedé flipando con la contestación y mi madre casi se queda sin habla.
-¡Joaquín! Ni se te ocurra hablarle así a la niña. ¿¡Cómo se te ocurre decirle eso!? ¿Te has vuelto loco? –Replicó ella elevando la voz muy enfadada.
-Bueno, yo me voy…
-Tú quietecita ahí. Tú no sales a ningún sitio. ¿A qué hora piensas llegar y con quién vas?
-Vendré antes de las 12 y voy con Sofía. -Se lo había dicho una decena de veces durante la semana.
-Ah, ¿Qué encima piensas salir por ahí, sola, de noche, y vestida así?
-No, voy con Sofía. –Este tío es sordo…
-Déjalo Ana… Vete anda. Cuídate y no bebas, por favor. Ten mucho cuidado, hija. –Dijo mi madre intentando calmar los ánimos y dándome un cariñoso beso en la frente.
-Ya llorarás ya por no hacerme caso. –Siguió bramando él.
-Joaquín…
-Ni Joaquín ni ostias… -Fue lo último que escuché al salir de casa. Se avecinaba tormenta, así que mejor salir corriendo cuanto antes y prepararme para el panorama que me esperaba a la vuelta: papá dormido y borracho en el sofá con la tele encendida y mamá despierta, esperándome impaciente para comprobar que no me había pasado nada... Lo de siempre.

-Bueno, y en cuanto a sus aspiraciones personales… ¿Es madre o piensa serlo?
-¿Qué? –Yo flipo…
-Que si es usted madre.
-Em… No…
-¿Está embarazada?
-No.
-¿Piensa ser madre pronto?
-Perdone, ¿qué tiene que ver eso con el trabajo?
-Señorita, es el protocolo de la empresa, son las preguntas normales que solemos hacer a todos los candidatos en las entrevistas.
-¿En serio? –El protocolo las narices, esto seguro que a un tío no se lo dicen…
-¿Y bien?
-Pues no lo sé, soy joven y es posible que en el futuro forme una familia.
No me contrataron… y así en varias entrevistas. ¿Qué les importará mi vida personal? Yo lo que quiero es trabajar…
En casa mamá siempre insistió en que estudiara, que era lo mejor que podía hacer: aprovechar la oportunidad y formarme todo lo posible para ser culta e inteligente y llegar lejos. Para tener un gran futuro y ser independiente. Pero se me quitaron las ganas cuando el profesor de matemáticas, en segundo de bachiller, me respondió una pregunta de la siguiente manera:
-¿Qué pasa? ¿No lo entiendes? ¿Tan difícil es entenderlo? Claro, eres una chica, eres rubia… A lo mejor no tienes tantas neuronas y no sirves para estudiar. Como todas, que no saben hacer nada más que abrirse de piernas. En eso sí que sacan matrícula, en ser unas guarras. Vete a casa a fregar y lavar los pisos, anda guapa.
He de reconocer que no me fui, me echaron por darle un bofetón al profesor. Tuve que pagar una indemnización por daños y perjuicios, una multa por agresión y resistencia a la autoridad y encima las costas del juicio también corrieron a mi cuenta. Él sigue dando clase tan tranquilo y yo, pues a buscar trabajo para seguir pagando el favor a mis padres, que me sacaron del apuro.
Mi padre no me creyó, y mi madre me dio una charla sobre lo que no debemos decir las señoritas. Tenemos que ser educadas y nunca debemos alzar la voz más de la cuenta porque siempre tenemos que comportarnos correctamente y dar ejemplo a nuestros hijos y a la sociedad.

-¿Tú por qué no vuelves a trabajar? –Quise preguntarle a mi madre en una de nuestras charlas.
-Hija… Yo es que desde que te tuve aquí… Prefiero estar en casa. Me siento mejor aquí, haciendo las cosas de la casa y atendiéndote a ti y a tu padre… -Siempre le incomodaba esa pregunta. Antes de ser madre había sido dibujante para una gran editorial satírica.
-Pero yo ya he crecido… Podrías volver…
-No… Tu padre trabaja y con su sueldo vamos bien…
-Si el verano pasado no salimos a ningún sitio.
-Tenemos que ahorrar un poco, no esperábamos el imprevisto de la multa y la indemnización y todo eso… Además, que yo no tengo tiempo para trabajar… Y no me cogerían en ningún sitio, ¿no me ves? Ya estoy vieja y arrugada. Tengo 48 años, hija.

Y así pasaron algunos años, y papá casi se muere del disgusto cuando con 21 años llegué a casa y les dije que estaba embarazada.
-¿Pero tú te has vuelto loca?
-Tranquilo, Joaquín. Hija, pero… ¿De quién? –Mamá corrió hacia mí como si fuera un escudo entre mi padre y yo.
-Pues vete tú a saber Gloria. Esta habrá salido por ahí, fresquita como va, le habrán metido algo en la copa o yo que sé y mira. Ahora nos viene con el bombo. –Él empezó a respirar de forma entrecortada, se levantó del sillón y su cara cambió totalmente.
-Joaquín…
-Ni Joaquín ni ostias. Pero, ¿no lo ves? Que le han hecho un bombo… Y ahora pago yo el aborto, ¿no? Ahora papá pone otra vez el dinerito como lo puso para la puñetera multa cuando te dio por sacar la mano a pasear… -Empezó a gritar como un energúmeno. Ya había llegado a su punto de descontrol total. Gesticulaba violentamente mientras temblaba de pura rabia.
-Papá…
-¡Ni papá ni ostias! Vete a tu cuarto porque como sigas ahí te juro que te parto la cara de niñata que tienes. Que lo que te faltó a ti fue una buena ostia a tiempo para enderezarte y quitarte las tonterías de encima. Así has salido…
-¿Y quién te ha dicho a ti que ella quiere abortar? A lo mejor lo quiere tener… -Se atrevió a susurrar mi madre mientras yo subía por las escaleras.
-¿Y quién te ha dicho a ti que puedes opinar? Pues que se case rapidito y se largue de esta casa porque yo no voy a aguantar los llantos del niño porque a ella se le antoje…
-Joaquín, tranquilízate. No sabemos qué ha pasado. –Ella intentó acercarse a él, pero este se alejó y ella pensó que así era mejor.
-¿Qué ha pasado? Pues que tenemos una niña descarrilada, una violenta que va pegando a los profesores, que deja los estudios y encima no es capaz ni de encontrar un trabajo. Que vive a costa nuestra, se lo pagamos todo. Encima sale de fiesta, vestida como una fresca y vuelve con bombo… Y lo pago yo, todo lo pago yo. Mira… me voy y ya hablas tú con ella que yo no quiero saber nada. –Fue lo último que dijo antes de dar un portazo, resquebrajar el cristal de la puerta por el golpe e irse directo al bar.
-Cariño, tú no te preocupes, que tu padre es así pero…
-De verdad… No sé cómo lo aguantas… -Dije entre sollozos.
-Hija, somos una familia y tenemos que estar unidos en las buenas y en las malas. Tú tranquila que no pasa nada. Todo tiene solución y saldremos juntos de esta como hemos salido de otras. ¿Te cuento un secreto? A mí sí me hace ilusión ser abuela. Pero decidas lo que decidas siempre te apoyaré en todo.

-¡Es niño! ¡Niño! ¡Es un niño! ¡Qué alegría!
Pocas veces había visto a mi padre tan eufórico… A partir de ese momento se quiso encargar de hacer la habitación del niño y empezó a interesarse por nuestra salud.
-Papá. A mí me gustaría que la habitación fuera de tonos amarillos, naranjas y beige, con un mural de animalitos de la selva.
-¿Qué dices? La habitación azul y roja, con cohetes y marcianitos por todos lados. –Otra vez con lo mismo…
-Pero es que a mí no me gusta el azul…
-¿Y qué le vas a poner? ¿Rosa? ¿Para que sea una maricona? –Y se enfadó otra vez.
-Joaquín… Déjala. Que elija ella el color.
-Es un niño.
-¿Y qué? –Respondí indignada.
-Pues que el rosa es un color de niñas, no de niños.

Un tiempo después, Juanjo, que era el padre de mi bebé, conoció a mis padres y se vino a vivir a casa. Cuando se enteró de que estaba embarazada me presionó mucho para que abortara, decía que era una zorra, que era mentira y que si era verdad ese niño no era suyo porque yo me tiraba a todo lo que se movía. Sin embargo, cuando supo que el bebé era niño, quiso hacerse cargo de él. Al parecer a mi padre le encantó conocerlo y de repente entablaron una gran amistad. De la noche a la mañana eran como uña y carne. En parte me alegré, pero mi madre me dijo que tuviera cuidado porque eran tal para cual.

Pasaron los meses y ya era muy común que Juanjo viera el fútbol con mi padre o se marcharan juntos al bar. De hecho, cuando me puse de parto él no estuvo allí, sino borracho en el bar…
Los primeros meses con el bebé fueron los peores, el pequeño sufría unos cólicos terribles y Juanjo no paraba de quejarse y de pedirme que lo hiciera callar metiéndole una teta en la boca. La casa estaba patas arriba, todo descolocado, aunque mamá y yo nos pasábamos el día limpiando y recogiéndolo todo. Pero como si no hiciéramos nada. Por desgracia, la empresa en la que trabajaba Juanjo quebró.
-Puedo ir a buscar trabajo…
-¿Tú? Si no tienes ni estudios ni nada. ¿Para qué sirves? ¿Qué sabes hacer? No, ni hablar. Deja los asuntos serios a los hombres. Yo traeré el dinero a casa. Tú cuida del niño ese que no deja de llorar.
-Este niño es tu hijo, y tiene nombre…
-Eso dicen… Vete tú a saber… -Dijo en tono hiriente antes de marcharse de nuevo.

En realidad yo quería trabajar, me pasaba el día en casa, con mamá y el niño. Salir a comprar el pan era toda una excursión para mí… Había perdido todas mis amistades y ya no reconocía el reflejo que me devolvía el espejo: ojeras, pelo despeinado… Hasta arrugas me habían salido del estrés. Pero era imposible volver al mercado laboral, ¿quién se encargaría entonces del niño? Juanjo no sabía cambiar un pañal ni hacer un biberón, aunque yo le daba el pecho al pequeño Eyden.
Eyden tenía ya un añito, era un niño precioso, se parecía mucho a mí y sus ojos eran todo un reflejo de inocencia y felicidad. En realidad se portaba muy bien y era muy tranquilo, aunque los cólicos le ponían muy nervioso porque no le dejaban comer ni dormir ni hacer nada… Como a mí.

Pasaron los meses y ya se acercaba la fecha del segundo cumpleaños de Eyden. Yo quería organizarle un cumpleaños temático de “Dora la Exploradora”, que eran sus dibujos animados favoritos. Así que comencé a pedir la decoración por internet.
-¡Mira Juanjo! Ha llegado la decoración que pedí para el cumpleaños…
-Sí, muy bien. –Me interrumpió sin apartar la mirada de la pantalla.
-Pero si no la has mirado.
-Que si… Espera, ¿eso para quién es? –Preguntó cambiando la cara cuando por fin miró la decoración.
-Ya te lo dije, para Eyden.
-No, no, no, no. Su cumple será del Spiderman o algo de eso… -Afirmó rotundamente mientras volvía a mirar la pantalla en la que jugaba al videojuego.
-A él no le gustan los superhéroes… Le gusta Dora… o Peppa Pig… -Me atreví a decir con un hilo de voz.
-Eso son mariconadas de niñas. Deja de ponerle esas mierdas en la televisión. Me lo vas a malcriar.
-Es lo que le gusta… -¿Malcriar? Pero si es lo que le gusta al niño. Se lo pasa pipa con Dora, y encima también aprende inglés. Su personaje favorito es el monito Botas…
-No le gusta.  A mí me vas a decir lo que le gusta a mi machoncete. –Respondió con un tono de voz diferente.
-Si apenas estás con él...
-Para eso estás tú.
-Juanjo… -Ya estaba otra vez con lo mismo.
-No empieces y tira esa mierda a la basura.
¿Qué? Ni de coña voy a tirar estas monadas a la basura, me han costado un ojo de la cara y encima al niño le van a encantar, que lo sé yo.
-Me ha costado un pastón…
-Encima. Con mi dinero. Tócate los huevos. Pongo yo la pasta y tú compras mariconadas caras… -Dijo elevando la voz y soltando el mando para gesticular.
-Juanjo, ¿es que no te importa la ilusión de tu hijo?
-Mira… En primer lugar, si pago yo, decido yo. En segundo lugar, al niño le gusta lo que yo te diga. En tercer lugar, deja de ponerle dibujitos de mariconas. Y en cuarto lugar, tira eso a la basura ya. –Sentenció cogiendo de nuevo el mando de la televisión para subir el volumen.
-Te estás pasando.
-¿Qué me estoy pasando? Yo salgo todos los días a trabajar y traigo el dinero a casa. Me rompo los cuernos para que no les falte de nada. Y mientras tanto tú estás todo el día en casa, sentadita en el sillón, viendo la tele y tocándote el coño mientras tu hijo ve mariconadas. Así que no te atrevas a decirme ni una gilipollez más porque te corto el chorro. Que te gusta mucho a ti mamar de lo que trabajan los demás, gandula. –Se levantó del sillón, tiró el mando al suelo y empezó a gesticular violentamente mientras elevaba la voz.
-Yo quiero trabajar, no lo hago porque tú eres incapaz de cuidar a tu hijo. Ni siquiera sabes pronunciar bien su nombre. No sabes poner una lavadora, ni vestirlo, ni cambiarle el pañal, ni nada…
-Claro, porque si en casa te tocas el papo imagínate en un trabajo. No duras ni un asalto. Tú eres la madre, ¿no? Te abriste bien de patas vete tú a saber con quién y encima tuviste al engendrito y me lo encasquetaste. Claro que sí… Bueno sí, gilipollas no. Pues ahora a mamarla. ¿No querías niño? Pues ahí lo tienes. –Respondió entre risas y sarcasmos.
-¡No me hables así!
-Mamá, caca… -Interrumpió una vocecilla tomándome de la falda.
-Te hablo como me sale de los cojones, que para eso soy tu marido. –Dijo volviendo al sillón.
-Respétame.
-Mamá, caca nene… -Repitió la vocecilla mientras su manita me pellizcaba.
-Venga, cambia a tu hijo que es para lo único que sirves. Corre, corre.
-Cámbialo tú. –Respondí enfadada.
-Eyden, la guarra y gandula de tu madre no te quiere cambiar, si te mueres nadando en mierda, su culpa será. –Canturreó él.
-¡No le vuelvas a hablar así al niño! Y menos de mí.
-Mamá, caca… -Insistió el niño.
-¿Y qué me vas a hacer?
-¡Vete de casa! –Grité presa de los nervios.
-¡Qué miedo…! –Se burló él.
-Mamá, caca, nene, culo… -Empezó a lloriquear el pequeño.
-Te voy a denunciar. –Sentencié en un acto histórico de valentía.
-¿Denunciarme por qué?
-Por insultarme delante del niño y faltarnos el respeto…
-Jajaja, no me hagas reír… Mira, pedazo de zorra. No te atrevas a elevarme la voz. No te atrevas a amenazarme con denunciarme y no te atrevas a faltarme el respeto ni desobedecerme. Porque antes de que tramiten tu denuncia, estás desangrándote en el suelo y tu hijo al lado retorciéndose. Y no de cólicos. Y ahora corre, vete a cambiarle el pañal al engendrito. –Gritó gesticulando violentamente y cogiendo un cuchillo de la cocina para apuntarme con él y luego volver al salón.

En ese momento algo en mi interior se desató y dejé de ser consciente de lo que hacía. Simplemente cogí al niño en volandas, le cambié el pañal a la velocidad de un rayo, lo vestí, cogí sus cosas imprescindibles y busqué mi móvil por todas partes. Mierda. Estaba en el salón… Volví al salón y cogí el móvil.
-¿Qué haces?
-Nada.
-¿Cómo?
-Sólo he cogido mi móvil.
-Te has cambiado de ropa. ¿A dónde vas? –Insistió él.
-A comprar compotas. –Respondí en voz baja.
-Pues llévate al niño.
Subí de nuevo a la habitación y cerré sin hacer ruido. Entonces marqué el número de mi madre. Mis padres no estaban en casa porque habían salido al centro comercial con unos amigos y, aunque insistieron en que fuera con ellos, yo quise quedarme en casa para salir al parque con Juanjo y Eyden. Pero Juanjo no nos dejó. Mi madre no lo cogió, así que tuve que dejarle un mensaje en el contestador…
-Mamá, soy yo. Oye… ¿Van a tardar mucho en volver? Es que Juanjo ha discutido conmigo y está un poco alterado y yo… No quiero estar sola aquí con el niño porque tengo miedo…
-¿¡Miedo!? ¿Tienes miedo? –Gritó Juanjo abriendo la puerta de una patada y desencajándola del marco.
Eyden se asustó y empezó a llorar con mucha ansiedad mientras yo lo abrazaba.
-¡Cállate, cojones! O te callo a ostias. –Le gritó al niño.
-No… Espera, por favor. No le hagas nada. –Supliqué mientras intentaba lograr que la pared me absorbiera.
-¿De qué tienes miedo? ¿De mí? Así me gusta, que te comportes como debe ser… -Dijo burlándose en tono amenazante. Tenía el cuchillo en la mano y el puño cerrado…
-Espera, no me hagas nada. Por favor, yo… yo te quiero. No quería decir eso… Pero no me gusta verte enfadado…
-¿Quieres verme feliz? Pues chupa aquí, zorra. –Gritó agarrándose el paquete.
-¿Por qué me tratas así?
-Es lo que te mereces. Anda cállate un rato y vamos a la cama. Venga guapa, hazme un favor. –Me agarró del brazo y quiso llevarme al dormitorio.
-No, no quiero, suéltame. El niño está delante… -Dije zafándome de su brazo.
-Me tienes harto. Ni para eso sirves. Me sobras. –Dijo soltándome violentamente.
-Oye, si sigues tratándome así prefiero no estar contigo…
El niño seguía llorando como un desquiciado.
-¿Qué dices?
-Que te dejo. –Creo que sonó más alto y rotundo de lo que yo pensé.
-¿Sí? Pues si no estás conmigo no estás con nadie. ¿Lo sabes, no?
-Yo estaré con quien quiera. Mejor sola que mal acompañada. –Ya no sabía lo que estaba diciendo, igual me estaba pasando…
-Tú estarás conmigo. Mejor muerta que dando el coñazo. –Volvió a acercarse a mí con el cuchillo en la mano y de repente apuntó al niño.
-Mamá… “Moutro”… -Dijo la vocecilla temblando de miedo e intentando esconderse bajo mis brazos.
Mis mejillas estaban empapadas de lágrimas y ya no sabía por dónde podía escapar.
-¿Qué dices? ¿Qué haces?

La puerta de la entrada principal se abrió y yo me alivié tremendamente. Creo que llegué a sonreír y eso no le gustó nada a Juanjo, que volvió a dirigirse a mí.
-¿Te ríes? No te salvarán ni tus papás. Tú no me vas a torear más.
Fue lo último que dijo Juanjo antes de asestarme 11 puñaladas en el abdomen. Los gritos alertaron a mis padres, que subieron corriendo al segundo piso y descubrieron a Juanjo intentando tirarse por la ventana con Eyden. Por suerte lo pararon a tiempo y salvaron al niño, que lo había presenciado absolutamente todo y respiraba con dificultad mientras miraba extrañado sus manos y su ropa ensangrentadas.

Yo aún respiraba pero sentía que el aire me faltaba y era incapaz de adivinar lo que pasaba.
Llegué a escuchar la sirena de la policía y las ambulancias y alguien me gritaba continuamente “tranquila, aguanta”.
Quise decirles que estaba embarazada, pero los párpados me pesaban y entonces cerré los ojos derramando mil lágrimas por no ser capaz de aguantar, por ser una floja, por hablar más de la cuenta, por provocar a la gente, por ser mala madre, por ser mala hija, por ser mala esposa, por ser mala, por no estudiar, por no trabajar, por Eyden, por no luchar por él, por no saber qué pasaría con él y ser incapaz de cuidarle y protegerle como le prometí el día en que nació y lo cogí en brazos por primera vez...

Al día siguiente me nombraron como una simple cifra más en el telediario, no recuerdo que dijeran mi nombre y ni siquiera dijeron que estaba embarazada y era madre de un niño que no llegaba a los dos años de edad…
En mi entierro Juanjo tuvo la poca vergüenza de aparecer fingiendo estar muy afectado y negándolo todo con excusas baratas. Aunque muchas personas le increparon y los vecinos no le creyeron.

No sé mucho más. Creo que Juanjo amenazó a mi padre con matar a mi madre y a Eyden si le denunciaba y declaraba contra él en el juicio. Logró la custodia del niño y cobrar una pensión de viudedad durante 3 meses, hasta que mis padres demostraron que él era mi asesino y lograron adoptar a mi hijo unos años después. El niño no volvió a pronunciar una sola palabra más, sufrió un fuerte shock postraumático, desarrolló trastorno de ansiedad y déficit de atención y llegaron a creer que era autista.
Pero nunca lo consideraron víctima de violencia de género, a pesar de ser huérfano por la violencia de género.

Licencia de Creative Commons
"Mamá... Moutro" by Laura Zerpa Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en http://sentiversos.blogspot.com.es/.

01 marzo 2017

La sombra que mató a la abuela

Como cada viernes, papá y mamá llegaron a la escuela y me preguntaron si tenía muchas ganas de pasar el fin de semana con la abuela.
-¡Sí! - Grité entusiasmado como siempre.

La abuela Elsa vivía en un pequeño pueblo situado a las afueras de la ciudad. Estaba tan lejos que el viaje en coche duraba horas y siempre llegábamos bien entrada la noche.
Se trataba de uno de esos pueblos que poseen un encanto especial y se mantienen intactos ante el paso del tiempo, como si estuvieran congelados desde en momento en el que fueron fundados.

La casita de la abuela era muy sencilla, pero eso la convertía en un hogar muy acogedor. Tenía un modesto salón que nos daba la bienvenida al cruzar la puerta principal. Al fondo, estaba la cocina, cuya decoración estaba impregnada del ambiente rural que rodeaba la casa y cuyas ventanas ofrecían unas maravillosas vistas del amplio jardín trasero, al que se accedía a través de la puerta trasera de la cocina y en el que yo pasaba horas y horas jugando cada fin de semana. Un jardín en el que había flores de mil colores diferentes, mariposas y mariquitas revoloteando por todas partes, lagartijas buscando escondrijos entre los huecos de la pared de piedra y árboles robustos en cuyas copas se escondían inquietos pájaros cantarines.
Dentro, una estrecha escalera conectaba el salón con la planta superior, en la que se encontraban el baño, la habitación principal y la habitación de invitados; así como un largo balcón en el que se podía contemplar las vistas del paisaje rural y el jardín.
Alrededor sólo se podían divisar dos o tres casas dispersadas. Eran casas de campo en las que sus dueños solo se hospedaban durante la época estival.
Así vivía la abuela, sola en aquella pequeña casita en la que pasaba las horas dedicándose a coser y cuidar de sus amadas flores. 

Siempre que llegábamos mamá, papá y yo, le llevábamos alguna que otra manta y las provisiones necesarias para la semana, ya que las tiendas más cercanas se encontraban a un par de kilómetros de la casa y la abuela no tenía coche ni sabía conducir. Antaño iba caminando con el abuelo pero, desde que él murió y ella se operó de la cadera, comenzó a cansarse más rápido, hasta que ya no pudo caminar demasiado. 

Así pues, cuando la abuela nos abría la puerta, yo me tiraba a sus brazos y ella me besuqueaba toda la cara mientras me estrujaba entre sus cálidos brazos. Luego saludaba a mis padres mientras yo me sentaba en el salón, frente a la chimenea, y comenzaba a jugar con los coches antiguos que ella guardaba para mí. Papá se sentaba a ver la televisión y mamá y la abuela se metían en la cocina para preparar la cena mientras charlaban alegremente de mil temas distintos. Luego papá y yo preparábamos la mesa y le gastábamos alguna que otra broma a la abuela mientras nos sentábamos todos juntos a comer.
Al día siguiente yo me pasaba toda la mañana jugando en el jardín mientras papá reparaba pequeños desperfectos en la casa y mamá y Elsa se sentaban a coser y cantar.
Así, cada semana yo esparaba con impaciencia que llegara el viernes para visitar a la abuela.
Y aunque el pueblo permanecía congelado en el tiempo, la abuela siguió envejeciendo. La sonrisa se fue apagando de su cara y el brillo de sus ojos ya casi había desaparecido. Ya había cumplido 65 años y, aunque su vitalidad se resistía a abandonarla, su salud ya estaba deteriorada. 

Las rodillas no le respondían como antes, así que ya no me cogía en brazos.
Los temas de conversación no eran tan divertidos, siempre hablaban de cosas complicadas que yo no comprendía.
-¿Qué significa dedas, papá? -Pregunté un sábado.
-¿Dedas? ¿Dónde has escuchado eso, hijo?
-Abuela Elsa dijo, "las dedas me van a ahogar".
-No, Jorge. Se dice "deudas". No significa nada, no deberías espiar las conversaciones ajenas. Ya sabes, son cosas de adultos. Aún eres muy pequeño para comprenderlo, cuando seas mayor entenderás muchas cosas. De momento, está mal escuchar las conversaciones de los adultos. 

Poco a poco, llegó el otoño. Las hojas de los árboles comenzaron a caer, los pájaros dejaron de cantar, las flores perdieron sus vivos colores, las mariposas y las mariquitas volaron a otro lugar y las lagartijas se escondieron. 
Papá ya no me dejaba salir a jugar al jardín porque hacía mucho frío y yo me aburría como una ostra mientras pasaba horas tirado en la alfombra frente a la chimenea, jugando con coches antiguos y viendo la vieja tele que cada vez sintonizaba menos canales de dibujos animados.
Los viernes ya no tenía tantas ganas de ir al pueblo, hacía frío y yo me aburría en aquella casa en la que no podía hacer nada. La abuela ya no me hacía caso, nadie me hacía caso y siempre me respondían que estaban hablando de cosas de adultos y que no debía molestarles.

Un viernes llegamos muy tarde a la casa, había tormenta y se había ido la luz en todo el pueblo. Todo estaba a oscuras y aquel lugar parecía terrorífico a la luz de los rayos. Bajo la lluvia corrimos a refugiarnos en el salón, pero al tocar el timbre nadie abrió. Mamá tenía la llave y se apresuró a abrir la puerta. Cuando entramos, lo mojamos todo a nuestro paso. La abuela estaba acostada en el sillón, nos saludó con un hilo de voz y dijo que había toallas limpias en el baño. 
-¡Jorge, corre! ¡Sube al baño a quitarte esa ropa empapada para que te des una ducha calentita!
-No, querida. Me temo que no hay agua caliente. Pero el niño tiene ropa limpia y seca en la habitación de invitados.
-¿No hay agua caliente? -Gritó mamá enfadada.
Entonces la abuela le tendió una carta. Mamá la leyó mientras papá no dejaba de gritarme que subiera al baño de inmediato.

Esa noche cené solo en la cocina mientras los adultos hablaban acaloradamente en el salón. Me comí un par de galletas mustias y un vaso de leche fría. Quise ver la tele un rato, echaban mi serie de dibujos favorita, pero papá me mandó a la cama. 
Fue el fin de semana más aburrido de la historia, no había tele, las goteras no dejaban de colarse por todos lados, no volvía la luz y hacía mucho frío. 
El temporal amainó y la semana siguiente volvimos a visitar a la abuela, pero la casa seguía a oscuras. La abuela empezaba a oler raro y el ambiente estaba cargado de humedad. Ese fin de semana llenamos el coche de comida y velas para la abuela Elsa. Yo pensé que íbamos a dar una gran fiesta y me puse muy contento. Pero no hubo ninguna fiesta. 

Las semanas pasaban lentamente y en casa papá y mamá discutían siempre y hablaban sobre Elsa, sobre dinero y facturas.
Llegó el viernes de nuevo, pero esa vez papá y yo nos quedamos en casa mientras mamá iba al pueblo. 
-¿No vamos a ver a la abuela Elsa? -Pregunté.
-No, este fin de semana tú y yo nos vamos de excursión a un sitio muy especial.
-¿Dónde? ¿Dónde?
-Vamos... ¡Al zoo!
-¡Bien! -Exclamé saltando de alegría.

Pasó otra semana más, el viernes llegó, el invierno trajo nieve y el tiempo se heló. Papá dudó si visitar a la abuela o no, pero decidió ir para ayudar a mamá. Cuando llegamos, la casa estaba llena de velas, pero seguía sumisa en una oscuridad casi absoluta. Había un silencio inquietante y mamá tenía la mirada perdida. La abuela seguía en el sillón ¿No se había movido de ahí desde la última vez? Quiso que me acercara para besarme y achucharme pero cuando lo hice sentí el impulso de alejarme de ella. La abuela apestaba, esa manta que tenía por encima estaba húmeda y olía a polvo. La casa olía a polvo y a cerrado y todo parecía sucio y triste. La cocina estaba vacía, ya no había golosinas en los armarios.
-¡Papá! Yo me aburro aquí. Huele mal y no hay tele. Quiero irme a casa. Vamos al parque de atracciones o al zoo o algo...
-¡Jorge! ¡Cállate! En un rato nos vamos.

Ahora odiaba salir de clase los viernes para meterme en un coche y viajar durante horas escuchando a mis padres discutir hasta llegar a ese frío e insólito pueblo donde la abuela, que se había convertido en una vieja gruñona, desenmarañada y maloliente, nos esperaba acostada en su cutre sillón con la misma manta húmeda de cada fin de semana. Yo me preguntaba cómo era posible que aquella pobre manta no se hubiera desintegrado ya. La abuela seguía intentando atraparme entre sus brazos para abrazarme y besarme como siempre hacía. Era el único momento en que sonreía, si lograba atraparme, porque yo siempre intentaba zafarme de sus mugrientos brazos. Caminaba mucho más encorbada, las pocas veces que lograba tenerse en pie, y se quejaba de dolores en los huesos. Decía que el frío se le había metido dentro. 
Ahora la casa parecía estar congelada, la nieve se acumulaba en la entrada y dentro ni siquiera el fuego de la chimenea conseguía calentar el ambiente aunque las velas se apoderaban de toda la estancia. El lugar apestaba y todo cuanto podía ver era polvo y suciedad, aunque mamá se empeñara en limpiar cada fin de semana.

Un miércoles no fui al cole porque estaba resfriado y tenía fiebre.
-Mamá, ¿dónde está el mando de la tele? Quiero ver los dibus.
-Vale, Jorge. yo ahora te los pongo. Acuéstate en el sillón calentito y coge tu manta. La estufa está encendida, no te acerques que quema.
Mamá vino al salón y encendió la tele.
-El incendio se produjo de madrugada. Según los bomberos, la causa puede ser una vela mal apagada. La señora, una anciana de 70 años, vivía sola en casa. Se desconoce si tenía familiares pero de momento se ha confirmado que se hallaba sola en el momento en que se produjo el trágico suceso que ha acabado con su vida.
-¡Venga! ¡Ponme los dibus, mamá! Cambia el canal.
Ella no respondió. 
Me levanté del sillón muy enfadado, eran las nueve y cinco y ya había empezado mi serie favorita.
-¡Dame el mando! -Grité con la intención de arrebatárselo de las manos. 
Pero no estaba entre sus manos, estaba en el suelo, con el compartimento de las pilas vacío.
-¡Jo! ¿Y ahora dónde están las pilas? ¡Lo has roto!
Ella no respondió.
Entonces la miré. Estaba congelada y lo único que se movía en su rostro eran las lágrimas que corrían por sus mejillas.
De repente papá abrió la puerta y se apresuró a abrazarla mientras ella se descomponía en el suelo. Él la agarró como si de un puzzle se tratara, temiendo perder una sola pieza de su corazón destrozado.
Yo corrí a buscar las pilas del mando, sin entender porqué lloraba. Tampoco era para tanto, solo había que poner las pilas en su sitio de nuevo, colocar la tapa y ¡listo! ya podía ver mi serie favorita.

No volvimos a visitar a la abuela nunca más.

Años después comprendí que la abuela tenía deudas porque su pensión no le llegaba ni para comer. El banco intentó quitarle la casa, pero no pudo. Ella no pudo pagar las facturas y le cortaron la luz en pleno invierno. Murió por querer mantener vivo su corazón al calor de una vela para que pudiera seguir latiendo, porque esa semana se iba a vivir ilusionada con su querida hija, su yerno y su nieto, las únicas personas que le quedaban en la vida. Esas por las que seguía abriendo los ojos y mostrando una débil sonrisa. En casa el despacho de papá se había convertido en una acogedora habitación. Papá pasó meses acondicionando ese lugar para la abuela Elsa. Había una gran cama acogedora, llena de mantas calentitas, almohadones de plumón, sábanas limpias y secas, y una estufa que le diera calor cada noche de invierno.
Pero el invierno heló su corazón y la sombra de la oscuridad le robó el último aliento.

Elsa vivía en un pueblo, a las afueras de una ciudad española, cobraba una pensión lamentable y no podía permitirse pagar la luz para vivir dignamente y disfrutar de sus últimos años de vida junto a su familia.




Licencia de Creative Commons
La sombra que mató a la abuela by Laura Zerpa Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en http://sentiversos.blogspot.com.es/.